Cuando era niña me preguntaba por qué las mujeres-madres de mi entorno a menudo tenían diferentes dolencias. Cuando me convertí en adulta, y sobre todo después de ser madre, comenzaron a llegar a mi vida esas dolencias emocionales como: estrés, apatía sexual, ira, tristeza profunda, cansancio permanente, incluso a veces pocas ganas de seguir viviendo, etcétera. En aquel tiempo ignoraba su origen, y hubieran llegado a ser físicas sino despierto, a través de las rabietas de mi hijo, al desarrollo personal y descubro, que prácticamente el cien por cien de mis dolencias emocionales como mujer-madre las estaba proyectando en él, y sin ser consciente, le estaba volcando mi dolor, que recibía sin filtro, por el amor incondicional que nos tienen. Ellos no lo merecen y nosotras tampoco.

Mis creencias dogmáticas, negativas y limitantes acerca de la vida de una mujer, que me fueron transmitidas a través de mi linaje femenino y la visión socio-cultural actual, me llevaron a responsabilizar a mi hijo de mi malestar de forma incoherente e injusta, incluso a mi pareja. La mayoría de las mujeres de este planeta hemos aprendido, a través de la familia, la sociedad y la cultura de nuestro país, que ser madre es prácticamente anular a la mujer que llevamos dentro, y esto nos hace mucho daño, y además, NO ES CIERTO, es una creencia negativa y limitante que nuestros hijos vienen a descubrirnos, porque tienen la bella capacidad de mostrarnos el camino de vuelta hacia la mujer Sabia, Poderosa y Mágica que cada una llevamos dentro.

Nuestros hijos son auténticos maestros de vida, pero si no somos conscientes de ello como mujeres, no lo podremos ver, oir, sentir y solucionar a través de lo que ellos y ellas nos van mostrando con sus emociones y sus comportamientos, incluso con su salud. Estaremos todo el tiempo quejándonos, victimizándonos y culpando a otros (hijos, pareja, sociedad, etc) de nuestro malestar mental, físico, emocional, espiritual y sexualidad femenina en lugar de RESPONSABILIZARNOS cien por cien de nuestra vida.